Hace una semana, alumnos y alumnas del Programa de Educación de Adultos de la UPLA, cerraban su periodo de preparación para los exámenes de nivelación de estudios, participando en una sencilla convivencia que servía de pretexto para distender ansiedades y reforzar su confianza ante su desafío próximo. En medio de esta sencilla atención, se acercó hasta el grupo de profesores que participábamos un alumno adulto que siempre destacó por la regularidad de su asistencia durante los cuatros meses de clases. Se acercó para relatarnos “una experiencia buena y mala la vez”… lo habían despedido dos días antes de su empleo en una construcción Su relato daba cuenta de una “arbitrariedad” que en principio asumió con hidalguía, pero que al llegar a casa, la “reflexionó” como injusta, pues la falta imputada, estropear una herramienta a su cargo, la había cometido otro compañero. Al día siguiente fue hasta la oficina del ingeniero de la Obra, donde “expuso” sus “argumentos” ordenados en su pensamiento la noche anterior dentro de los cuales revindicaba no solo la calidad de su trabajo sino también la “estética” de los mismos. “Argumentos” que rescatamos de su propia narración, de sus propias palabras. Ideas y palabras que fueron tomados de las clases que noche a noche fue conquistando. Ideas abstractas que fueron encarnándose en su vida, en sus problemas cotidianos o laborales, pero que seguramente están también en los familiares y emocionales.
La parte buena de la historia: le devolvieron su trabajo sin “haberlo interrumpido” más de una vez mientras se expresaba con la elocuencia del hombre digno que defiende su verdad ante lo que siente torcido. La parte buena de esta historia para los profesores que lo escuchábamos es que su relato llenaba de sentido todo este trabajo pocas veces reconocido. Sentido que él también nos reconocía al contarnos su aprendizaje.
Ahora, la compartimos aquí, en esta editorial, para reconocerlo en ustedes, lectores y escritores de esta revista que pretende desde nuestra universidad, encumbrada en un cerro porteño, aportar al sentido de los que trabajamos y sentimos el mundo EPJA. Son estas conversaciones, fractales de una realidad constituida por miles de otras similares, las que movilizan nuestras terceras jornadas, nuestras escuelas en cárceles y centros de menores, nuestras nivelaciones de estudios a trabajadores y trabajadoras, a nuestros educadores populares, y demás modalidades de la diversidad EPJA. Sentido que nuestra revista aspira a honrar con el estatus de una academia que se vuelca sobre los más urgidos en ver sus saberes habitando la cotidianidad. Porque en la historia de Leonardo -porque nuestros alumnos siempre tienen un nombre- no solo hay inteligencia sino también mucho coraje. El coraje de hacer lo que debemos de la forma en que debemos en el momento en que debemos. ¿Quién duda que hubo un aprendizaje?
Felices por nuestro alumno, felices por este número seis.
Equipo editorial
Revista de Educación de Adultos y Procesos Formativos
Facultad de Educación, Universidad de Playa Ancha