Cecilia Fernández Zayas

 

Estas reflexiones se derivan principalmente de mi experiencia como editora de la revista Decisio, que produce el CREFAL y que fue fundada en el año 2001 por Juan Manuel Gutiérrez-Vázquez. Pero también recoge mi andar por otros rumbos: la revista Perfiles Educativos, de la UNAM, y la sistematización de la práctica en las ONG en las que colaboré a lo largo de las dos décadas pasadas. Mi intención final, lo confieso desde ahora, es animar a quienes están involucrados en la Educación de Personas Jóvenes y Adultas (EPJA)  a escribir más, a leer más, y a difundir sus escritos, aprovechando la enorme diversidad de medios que existen actualmente.

 

¿Para qué la escritura?

Para quienes desempeñamos algún papel en el campo de la educación, pero muy especialmente para quienes colaboramos y estamos comprometidos con la EPJA, la importancia de la escritura queda fuera de toda duda.

La escritura define ni más ni menos que el origen de la historia; el periodo previo a la invención de la escritura es lo que los especialistas han definido como prehistoria. Esto, sin embargo, ha puesto en aprietos a más de uno, porque el proceso de establecer los significados de las marcas que las culturas milenarias dejaron en distintos soportes está rodeado de misterios.

Es fascinante la historia de las lenguas y cómo éstas se fueron conformando en sistemas de escritura… o no, porque muchas lenguas ha sido y siguen siendo ágrafas, o siendo milenarias, apenas se están empezando a generar gramáticas y equivalencias para su escritura. También es fascinante la historia de los alfabetos, de las palabras, de las gramáticas (García Ferreiro, 2009).

Las lenguas y sus sistemas de escritura son un testimonio clave de la diversidad humana, y al mismo tiempo, de lo que nos hermana como humanos. A lo largo de la historia, estos sistemas se han ido desarrollando, complejizando y diversificando, así como los soportes de la escritura. Uno de los inventos más importantes en este ámbito es la imprenta.

La imprenta abrió la posibilidad de hacer múltiples copias de un mismo escrito en mucho menor tiempo y con un costo menor que el de la copia ejemplar por ejemplar. Fue el paso que abrió el camino a la democratización del conocimiento, aunque esto, bien lo sabemos, ha sido un proceso arduo, lleno de obstáculos impuestos por modelos económicos y sociales que producen profundas desigualdades. Conocer, lo sabemos, es poder. Es por eso que aún ahora seguimos insistiendo y luchando en la adquisición de la escritura como un derecho humano, es decir, inalienable, y como tal, que trasciende fronteras y culturas. No puede ser que siga habiendo casos como el de trabajadoras de las maquilas en diversos países que firman contratos de trabajo que no conocen porque no los pueden leer. Ejemplos como éste desafortunadamente hay muchos.

Pero más allá de lo fascinante y lleno de paradojas que ha sido el desarrollo histórico de la escritura y de sus soportes, lo que podemos afirmar es que en la medida en que la comunicación escrita trasciende el espacio y el tiempo, sus posibilidades de poner en contacto a personas de distintos lugares, e incluso épocas, son enormes.

 

¿Científico es igual a legítimo? ¿No científico es igual a ilegítimo?

La necesidad humana de dejar constancia de algo por escrito es consecuencia de la necesidad de comunicar algo a otros. Escribimos para comunicar nuestros saberes y conocimientos, nuestros hallazgos, nuestros sentimientos, deseos, dudas y preocupaciones. Y leemos para aprender de lo que los demás han puesto por escrito.

Cuando se trata de comunicar conocimientos, saberes y experiencias con el fin de acrecentar el conocimiento que como sociedad tenemos de algo, necesitamos seguir ciertas reglas que garantizan, o procuran garantizar, que lo que queremos comunicar sea entendido de manera lo más cercana posible a como lo expresamos. Es decir que tenemos que atenernos a ciertas reglas, como las gramaticales, para conseguir que nuestro mensaje sea recibido por otra persona, e interpretado lo más cercanamente posible a como lo quisimos expresar. No podemos inventar nuestra propia lengua o un alfabeto propio para escribir un informe o un cuento porque nadie lo entendería. Tenemos que sujetarnos a ciertas convenciones.

Esto parece banal pero no lo es, porque nos remite a un asunto muy complejo, que es el de la legitimidad de las ideas que se quieren trasmitir, y de los soportes en los cuales se pretende hacerlo.

El tema de las revistas científicas ayuda mucho a poner en “negro sobre blanco” este asunto. En primer lugar, estas publicaciones tienen el propósito de difundir los conocimientos que se producen en el ámbito de la investigación científica, es decir, no cualquier conocimiento, sino aquel que se produce de acuerdo a ciertas normas, y por ciertas personas: los científicos. ¿Y quiénes definen a quién se le puede decir “científico”, y qué conocimientos se pueden considerar científicos? Pues los científicos mismos. Parece un poco como los perros que corren detrás de su cola para mordérsela, pero no es tan así. En la historia de las ciencias y de las sociedades se ha ido decantando un saber “científico”, que es el que se produce de acuerdo a ciertos métodos y con un cierto rigor (científicos) y que es sancionado por ciertas personas (los científicos). Es éste, y no otro, el conocimiento que se considera legítimo en las sociedades, al menos en las sociedades occidentales.

Cuando alguien nos quiere vender un producto infalible nos dice que ha sido “científicamente probado”, o “científicamente elaborado”. Una vez que podemos aplicar el adjetivo de “científico” a algún conocimiento, la sociedad les otorga un valor universal e incuestionable. Esto es una paradoja, curiosamente, ya que en el mundo de la ciencia y de los científicos cada vez se reconocen menos certezas, y sí más incertidumbres (Jara, 2013).

Está claro, sin embargo, que no se trata solamente de aplicar tal o cual método para producir conocimiento científico, es decir, el método no garantiza la cientificidad del conocimiento producido. Muchas veces vemos científicos sociales que le dan vueltas y vueltas a la misma cosa sin aportar nada nuevo, o que desarrollan investigaciones circulares en las cuales el proceso se enfoca a demostrar lo que ya se sabía, o lo que conviene demostrar, y no a descubrir nuevo conocimiento. En estos casos podemos constatar una aplicación “correcta” del método, pero no se produce conocimiento científico.

Y tenemos el asunto de la investigación acción participativa (IAP), una manera de producir conocimiento que está enfocada a la transformación de la realidad y en la cual se involucran de manera activa diversidad de sujetos. En la IAP no hay un método que se pueda seguir como receta; los procesos se van definiendo conforme avanza la investigación. Es muy complicado hacer IAP porque implica construir cada día relaciones democráticas entre todos los participantes, valorar los saberes de todos, reconocer el conflicto y las discrepancias y ser creativos para seguir avanzando. En estos procesos la intención educativa se hace patente a cada paso, de manera que todos y todas aprenden de todos y todas. Se construye colectivamente un saber socialmente eficiente que, por ser tal, es legítimo. No necesariamente será científico, pero sí es legítimo.

La IAP nació de la educación popular latinoamericana; la teorización en torno a ella y su aplicación en muy diversas realidades se dio con gran fuerza en las décadas setenta y ochenta del siglo pasado, principalmente en organizaciones no gubernamentales. Ahora es uno de los caminos que algunas universidades están desarrollando para vincular la actividad académica con la realidad social de su entorno (Decisio N°38).

Volviendo ahora al asunto de qué escritura es considerada como legítima podemos decir que ésta sigue la huella de la producción del conocimiento llamado científico: un hallazgo científico se difunde en las revistas científicas, y su validez y congruencia la valora un comité de científicos de la misma especialidad del autor. Como sucede con el conocimiento, las publicaciones científicas son las de mayor legitimidad en las sociedades, al menos en las occidentales.

Esto nos lleva a una reflexión ineludible en el campo de la EPJA, porque éste es principalmente, y antes que nada, un campo de práctica. La mayor preocupación de quienes nos desenvolvemos en él es mejorar la educación de personas jóvenes y adultas, mejorar la calidad de la formación de los docentes, la calidad y pertinencia de las políticas y los programas de EPJA, y de los materiales educativos, así como también de la evaluación. En todos estos espacios, muchos colegas han hecho muy valiosas reflexiones teóricas y metodológicas que han abierto las puertas para analizar de manera cada vez más concienzuda el campo. Y más científica. Sin embargo, la presencia de la investigación educativa en EPJA en las revistas científicas dedicadas a la educación es muy reducida.

Esto viene a cuento porque si yo, como individuo o como grupo, como organización, como movimiento o como institución, tengo una idea que quiero trasmitirle a otros/otras, y quiero que sea considerada como legítima en el ámbito de las ciencias sociales, tengo que sujetarme a los lineamientos de las publicaciones científicas, y las autoras y autores deberán contar con reconocimiento en ese ámbito, además de que el método a través del cual se produjo dicha idea o conocimiento deberá ser uno reconocido por la “comunidad científica”. Colocar nuestros resultados de investigación en las publicaciones científicas, creo yo, es uno de los desafíos de la EPJA actualmente.

 

La escritura y el derecho a la educación

La legitimidad del saber y de los conocimientos no se restringe solamente al terreno del conocimiento científico y de las publicaciones científicas. Los estudiosos de la alfabetización que han analizado con meticulosidad, profundidad, y también con sensibilidad los procesos de adquisición de habilidades para la escritura han establecido claramente que este proceso de “aprender a escribir” comienza con el encuentro de cada niño y niña pequeño con los signos escritos que los circundan (y que en el mundo actual son inevitables), y termina con la muerte de la persona. Es decir, aprendemos a lo largo de toda la vida.

Sin embargo, a la hora de reconocer los saberes que tienen las personas se le da un valor mucho mayor al saber institucionalizado que a las habilidades que las personas ya tienen y que aplican en su vida cotidiana. El saber escolar es el que se considera legítimo. Aunque las personas con baja escolaridad sepan leer, e interpretar hasta cierto punto la escritura, y produzcan sus propios textos, para poder decir que saben leer y escribir deben demostrar que pueden responder las pruebas y los ejercicios de las evaluaciones estandarizadas; no pueden afirmar que saben leer hasta tener un certificado en el que se “hace constar” que ya fueron alfabetizados. Se les considera sujetos pasivos en los cuales se depositan letras, sílabas y palabras; se desconoce el cúmulo de saberes y usos que tienen de la lectura y la escritura, y muchas veces las mismas personas no consideran válidos estos saberes. Es verdad que cada vez más se habla de la necesidad de reconocer y recuperar los saberes previos de los sujetos, especialmente en el caso de las personas jóvenes y adultas, pero este reconocimiento muchas veces no pasa del discurso, no se aplica en la práctica (Muniz García, 2014).

La escritura nos confronta a todos y todas. De alguna manera quienes estamos en el campo de la EPJA tenemos que jugar en varias pistas a la vez: en primer lugar, tenemos que situarnos en el reconocimiento y validación de los saberes de todas las personas. En segundo lugar, apostamos porque la gente mejore sus habilidades para utilizar la lectura y escritura para los fines que ellos y ellas definan. Esto es, defendemos el derecho humano a la educación, y en ella, a que todos y todas tengan oportunidades para desarrollar sus habilidades de lectoescritura hasta donde quieran llevarlas. En tercer lugar, debemos mejorar nuestras propias habilidades para leer y para expresarnos por escrito para desde ahí impulsar y ampliar plataformas de diálogo con diversos agentes sociales, entre ellos, los especialistas y científicos sociales dedicados a la Educación.

 

El reto de comunicar por escrito

El hecho de poner nuestras ideas por escrito nos compromete con lo que escribimos. No es lo mismo decir algo y después repetirlo distinto, olvidar o incluso negar que lo dijimos, a asentarlo por escrito.

Además, comunicar a través de la escritura no es tarea fácil. Es un proceso de hacer y rehacer, de avanzar y retroceder. La intervención de otros y otras en la revisión de nuestros textos nos aporta miradas distintas, nos hace ver inconsistencias y errores, nos da oportunidad de identificar párrafos o apartados que no se entienden bien. Revisar nuestro texto después de unos días nos permite verlo con mayor objetividad, y tener mayor claridad para corregirlo.

Escribir es, en esencia, un proceso solitario. Aunque nuestras ideas han sido, en todos los casos, construidas socialmente, a la hora de escribirlas, de ordenarlas, de explicarlas, estamos solos/solas frente al papel o, cada vez más, frente al monitor de la computadora. ¿Por qué es tan atemorizante? Yo diría que esto tiene que ver con lo que ya hemos dicho: escribir nos compromete. Al escribir nuestras ideas quedan expuestas al escrutinio de nuestros amigos y de quienes no lo son tanto; y de montón de gente (o al menos eso quisiéramos) que no nos conoce y con quienes estableceremos un vínculo a través del escrito. No es cualquier cosa escribir para publicar.

Para escribir un texto primero hay que preguntarse quién lo leerá. No podemos sentarnos a escribir sin formular primero esta pregunta. De hecho, no hay acto de comunicación si del otro lado de mi escrito no hay quien lo lea. Y para que haya “alguien” yo debo procurar dirigirme a él/ella, saber más o menos de quién se trata. Quiénes son los destinatarios y cómo les puede ser más útil lo que queremos compartir con ellos/ellas. Esto nos ayudará a definir no sólo la temática y la estructura general del texto, sino también el tipo de lenguaje que usaremos, la cantidad de apartados, el uso de bibliografía, etc. También debemos tener en cuenta los lineamientos editoriales de la publicación o colección en cuestión.

Escribir con claridad una idea implica tenerla clara para nosotros. De hecho, escribir es el camino más corto a la toma de conciencia de lo que no sabemos, de los espacios vacíos en nuestras ideas o argumentaciones. Pero para darnos cuenta de ello debemos tener una actitud crítica respecto de nuestros escritos. Es de mucha ayuda, como decíamos al principio de este apartado, someter nuestros borradores al escrutinio amistoso, objetivo, de algún colega.

“Ponerse en los zapatos” del lector nos ayuda mucho a valorar si lo que estamos diciendo es comprensible, es decir, si estamos poniendo lo que hace falta para comunicar efectivamente la idea que tenemos en mente. Es un ejercicio de objetivación que nos permite alejarnos del texto y verlo como lo verían otros u otras.

Es un error muy común, al escribir, que dejamos ideas en el aire o inconclusas porque no queremos escribir lo que nos parece obvio. Alejarnos de nuestro texto y releerlo desde la perspectiva del lector nos facilita la tarea de valorar si una persona ajena a la experiencia o a la investigación que estamos reseñando obtiene la información suficiente para entender todo el proceso. Cada escrito debe ser una unidad en sí misma; es como llevar al lector de la mano por un camino que no conoce, que conoce poco o que cree que es totalmente distinto. En el camino debe haber luz; la vista hacia atrás debe ser clara y también la perspectiva hacia adelante. El lector debe sentirse seguro en cada paso que da, o ver con claridad cómo regresar para volver a recorrer un trecho que no pudo entender.

Muchas veces nos pasa también que tenemos en la cabeza muchas ideas que queremos comunicar, y como tenemos un número reducido de páginas disponibles procuramos compactar lo más posible para que todo quepa. Pero esto es como meter en una maleta más de lo que buenamente cabe: el resultado, al abrir la maleta, será un desorden mayúsculo, ropa arrugada y cosas rotas, si no es que, además, la maleta se revienta y tenemos que recoger cosa por cosa, sin orden ni concierto, en la banda sin fin de un aeropuerto, o en el maletero de un autobús. Imaginemos que esa reconstrucción la tuviera que hacer alguien que no hizo la maleta y que no conoce lo que iba dentro.

La elección de las ideas que queremos expresar por escrito, por lo tanto, debe ser muy cuidadosa, así como la manera de hilar esas ideas para que a cada paso se aporte algo nuevo pero sin quedar desvinculado de lo anterior.

Un par de líneas solamente para hablar del plagio. Tomar fragmentos de texto de otro autor o autora y presentarlos como propios es una falta de respeto hacia el autor original, hacia el lector, hacia los responsables de la publicación y hacia nosotros/as mismos/as. Nada justifica esta reprobable práctica.

Como escritores, entonces, además del compromiso que asumimos con lo que hemos escrito, somos responsables de tratar de hacer lo mejor en términos de claridad, concisión y coherencia en nuestros textos. Hacerlo así es una manera de expresar nuestro respeto al lector y a la escritura como medio de comunicación.

Hasta aquí hemos hablado del escrito que se publica, o que se escribe para ese fin. Pero la escritura para nosotros mismos/as, la que nos ayuda a reflexionar, a encontrar fallas en nuestros argumentos, avances en nuestros razonamientos. Esa escritura en la que plasmamos ideas y sentimientos, en la que a la mejor ensayamos unos versos o expresamos emociones que no habíamos reconocido; esas hojitas que al cabo de un tiempo volvemos a leer y nos reconocemos en ellas o nos permiten identificar lo lejos que estamos de ese momento.

 

Los desafíos para la EPJA

Lo que he planteado hasta aquí deberá servir para exponer algunos desafíos que yo veo para la EPJA desde este tema de la comunicación, de la escritura, de las publicaciones.

1.    Sería deseable que quienes realizan investigación en el campo de la EPJA publiquen más en revistas de difusión científica. No es fácil abrirse camino en este tipo de publicaciones, pero es muy importante que la EPJA se construya un lugar en este espacio de legitimación de la comunicación de resultados de investigación para desde ahí dialogar con otros especialistas.

2.    Escribir mucho. Los que desempeñamos algún papel en la EPJA necesitamos creer más en lo valioso de nuestras experiencias y reflexiones y escribir más. Aunque la sistematización de la práctica no es simplemente “escritura de la práctica”, indudablemente implica múltiples ejercicios de escritura, diálogo y reescritura. Creo firmemente, además, que la escritura testimonial tiene un gran valor como medio para compartir saberes. Ese tipo de escritos nos colocan ante la experiencia de vida de las otras y los otros, nos inspira a escribir los propios; nos conmueve, es decir, nos mueve con el otro/la otra a hacer, a reflexionar, a compartir.

3.    Es importante que se sostengan publicaciones de muy diverso tipo que nos permitan compartir nuestros saberes y experiencias en distintos planos y ámbitos. Es importante publicar en revistas científicas pero también en revistas orientadas a docentes, a tomadores de decisiones, a mandos medios gubernamentales, a integrantes de organizaciones de la sociedad civil, a formadores de docentes, a estudiantes de grado y posgrado… Y debemos sostener el valor de toda la gama de publicaciones.

4.    Es importante que los científicos sociales que se desempeñan en el ámbito académico colaboren en revistas dirigidas a otros públicos (como los anotados) o a todo tipo de públicos, para dar a conocer sus hallazgos entre los “prácticos” de la EPJA. Esto se refiere a hacer permeables los ámbitos en los que nos movemos quienes nos desempeñamos en este campo. A los académicos generalmente se les facilita escribir para otros académicos a través de las publicaciones científicas, pero a veces se les dificulta escribir con un lenguaje sencillo, de manera concisa y clara para un público más amplio. El lenguaje científico tiende a acartonar la expresión y limita las posibilidades del autor de aventurar hipótesis o intuiciones. No se trata, desde luego, de escribir sin rigor, o de lanzar afirmaciones sin argumentos, pero muchas veces después de escribir un artículo científico nos damos cuenta de que quedaron muchas ideas en el tintero, que si bien no están bien pulidas, o incluso no tienen un soporte empírico adecuado, pueden servir para detonar reflexiones y nuevas investigaciones. O pueden ser refutadas por quienes están en la práctica cotidiana de la educación. Pero nada de esto se concreta si no se atreven a ponerlo por escrito en revistas no académicas o en el ámbito periodístico.

5.    Incursionar en los múltiples recursos que las tecnologías de la comunicación nos ofrecen actualmente. A través de las redes sociales se pueden comunicar muchas ideas y sentimientos; están también los blogs y las infinitas posibilidades que nos brindan para combinar textos con imágenes. Podemos incluso tener nuestra página web y compartir allí nuestros textos y otra enorme cantidad de recursos. Sin embargo, hay que tener claro el propósito y el destinatario principal de nuestros mensajes y publicaciones. También hay que saber que este tipo de medios tienen que estar activos, provocando la interactividad de los visitantes. No se trata de crear una necesidad artificial como se hace en la publicidad comercial, pero sí debemos tener en cuenta que abrir un blog que nunca alimentemos con nuevos contenidos, o en el que no se atienda la interacción, no cumplirá con su función de compartir ideas.

 

Nota final

La escritura es actualmente un medio privilegiado para comunicarnos. Asistimos a una especie de “habla escrita”, es decir que muchas de las cosas que antes decíamos oralmente ahora las escribimos, porque existen los medios para compartir instantáneamente nuestras ideas escritas. Hasta hace algunos años había que esperar de tres a cuatro semanas para que una carta enviada desde México llegara a Santiago de Chile, por ejemplo. Esas cartas eran completamente inútiles para comunicar emergencias o para pedir dinero prestado, pero sí muy eficientes para comunicar pensamientos y emociones, aunque el receptor sabía que la persona que le había escrito seguramente ya no se sentía así, o incluso, que ya pensaba de otra manera. Después, el correo electrónico nos permitió acortar drásticamente el tiempo entre la escritura de la carta y su lectura, e incluso nos dio la oportunidad de enviar la misma carta a varias personas, aunque había que esperar a que la persona acudiera a un lugar con Internet para abrir su correo y leer la carta. Ahora podemos estar en contacto con personas que viven del otro lado del planeta mediante mensajes instantáneos, tomando, eso sí, las precauciones del caso para no enviar mensajes que sean recibidos a las cuatro de la mañana, provocando en el receptor un tremendo susto, y el consiguiente insomnio.

Muchas personas cuyas habilidades para la escritura a mano son limitadas, han encontrado en el teclado la posibilidad de expresarse con mucha mayor soltura y seguridad. El acceso a Internet, aunque restringido todavía, existe en cada vez más lugares. No es difícil encontrar que la gente en comunidades rurales tiene teléfonos celulares con los cuales se comunican con sus parientes y amigos por whatsapp, intercambian fotografías, etc. Los niños y jóvenes están enseñando a los adultos a utilizar estas tecnologías incluso más allá de sus habilidades de escritura.

El interés de la especie humana por comunicarse con otros/otras es enorme. Aprender y comunicar son procesos colectivos que tienen como punto de partida el reconocimiento del otro/de la otra, de su valor como persona y de sus posibilidades de enseñar y de aprender. Y también el reconocimiento del valor propio, y de los propios pensamientos y emociones.

La escritura es un asunto de trabajo y esfuerzo, de goce y diversión, de introspección, de autocrítica. De compromiso con lo que pensamos y sentimos, de respeto a lo que el/la otro/a piensa y siente. Es un puente entre seres humanos, entre grupos y colectivos. Nos enriquece escribir tanto como nos enriquece leer lo que otros escriben.

Tenemos muchas razones para escribir. Hagámoslo con cariño, con sensibilidad, con respeto, con claridad y, si se da el caso, con sentido del humor. Tratemos de dejar una huella en las otras/otros a través de la escritura. En ese intento, estaremos aprendiendo y siendo mejores.

 

Referencias bibliográficas

Decisio. Saberes para la Acción en Educación de Adultos, núm. 30 (dedicado al tema “saberes: legitimación y deslegitimación”, 2011, en: http://tumbi.crefal.edu.mx/decisio/index.php?option=com_content&view=article&id=749&Itemid=197

Decisio. Saberes para la Acción en Educación de Adultos, núm. 38 (dedicado a la investigación acción participativa), en prensa.

García Ferreiro, Valeria (2009), Si te atreves, dilo por escrito, México, Siglo XXI editores.

Jara Guerrero, Salvador (2013), El ocaso de la certeza. Diálogo entre las ciencias y las humanidades, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo/Fondo Editorial Morevallado. La primera edición, de 2010, puede consultarse en: http://www.cic.umich.mx/documento/libros/elocaso%20.pdf

Muniz García, Inés Helena (2014), “Quisiera escribir mejor…”. Experiencia con la escritura de una trabajadora rural de un asentamiento de Reforma Agraria”, Decisio, núm. 37, pp. 42-45, en: http://tumbi.crefal.edu.mx/decisio/images/pdf/decisio_37/decisio37_saber7.pdf


Cecilia Fernández es Editora General  de la revista Decisio del Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe (CREFAL), con sede en Páztcuaro, Michoacán, México.